La Torta: Un platillo con sabor a México 

¿Quién alguna vez en su vida no ha degustado una deliciosa torta? Probablemente no exista ningún mexicano que no las haya probado o al menos escuchado hablar de ellas. Es, por excelencia, uno de los platillos más populares a nivel nacional junto al taco o el tamal. Tan presente en la cotidianidad del mexicano y, sin embargo, no hemos llegado a degustar ese suculento sabor a historia que posee entre cada rebanada.

 

El historiador Jesús flores y Escalante señala en su libro “Breve historia de la comida mexicana” (2003) que entre 1850 y 1860, al pan en la Ciudad de México se le nombraba comúnmente bolillo o telera, mientras que en Puebla se le llamaba torta, pero al agregarle algunos condimentos y productos la denominaban “torta compuesta” (su nombre original). A partir de este momento las tortas compuestas se popularizan en todo el país.

 

A finales del siglo XIX, varios periódicos de la capital expresan su malestar por la abundancia de puestos de tortas compuestas y otros antojitos que invadían lugares públicos como calles y aceras (hasta la fecha sigue siendo así), dándole, según estas publicaciones, un mal aspecto a la ciudad. Proliferaban, entre otros lugares, en las actuales calles de República de Argentina, Motolinía, y Simón Bolivar.

 

El periódico “El Imparcial” publica en 1902, una nota al Consejo Superior de Salubridad que revise la cantidad de puestos en los que las personas enfermaban dado que “las carnes y los fiambres con los cuales están hechas no son de buena calidad”. No obstante su popularidad crece y empieza, no sólo a ser el alimento de muchos obreros y trabajadores, sino también de algunas familias adineradas de la capital.

 

 

Empiezan a surgir, entre los torteros de aquella época, algunos ingredientes que hoy en día no pueden faltar en una torta como frijoles, aguacate, rebanadas de jamón, queso de puerco, chipotle y pollo picado. Había tortas tanto para ricos como pobres y cada una costaba distinto según los ingredientes que se usaran.

 

 

Eventualmente la “torta compuesta” empieza a ser denominada simplemente como torta y surgen variedades tan originales que hoy en día son un clásico entre los puestos ambulantes y locales fijos: suiza, cubana, toluqueña, milanesa, mole o jamón con queso; algunas son más sencillas, pero no por eso menos ricas, como la legendaria  “guajolota”; otras solo se pueden apreciar verdaderamente en otros estados como la “ahogada” en Jalisco o las “Guacamayas” en Guanajuato. Y, por supuesto las caseras, hechas por nuestras madres para el lunch de la primaria, como la de huevo o la de frijol.

 

                  

 

Indudablemente la torta seguirá siendo un alimento muy popular entre la sociedad mexicana, tan es así que cada año en la delegación Venustiano Carranza en la Ciudad de México, se realiza el “Festival de la torta” a mediados de año, que tiene como fin promover   este patrimonio de la gastronomía mexicana.

 

 

 

 

El Templo Mayor

 
Es un día normal como cualquier otro, amanece una vez más en este monstruo llamado Distrito Federal, los millones de capitalinos se levantan para realizar sus actividades del día. Diversas circunstancias han llevado a miles de ellos a toparse con el corazón de este gigante, conocido como el Centro Histórico. 
 
Pero nadie se inmuta, cada uno va inmerso en sus pensamientos, lo han visto tantas veces que ha terminado por aburrirlos. Palacio Nacional, Catedral Metropolitana, Bellas Artes, Palacio de Correos, etc. han perdido aparentemente su imponente presencia ante la mirada del “defeño”. 
 
Entre todos ellos, existen las ruinas de otro recinto que se niega a morir en la memoria del olvido, intenta relucir de entre los demás con aire soberbio y audaz. Recinto que otrora, fuera más impactante que los ya mencionados. El gran Teocalli del pueblo del sol. El Templo Mayor.
 
 
El Templo Mayor, es el recinto ceremonial y religioso más importante del pueblo mexica. Representa para esta cultura dos montañas principalmente: El cerro de las lluvias y los alimentos, asociado con el dios Tláloc, y el cerro de Coatepec, lugar que se asocia con el nacimiento del dios  Huitzilopochtli. 
 
En este templo sagrado, además de ser el gran adoratorio de ambas deidades, se realizaron importantes ceremonias de índole religioso, como sacrificios a los  dioses, elaboración de ofrendas y depósitos funerarios; político, al efectuar la entronización de los Tlatoanis (emperadores) y militar, ya que representa su poderío frente a los otros pueblos de Mesoamérica, al ser cada uno de estos, tributarios de los mexicas
 
 
El Templo Mayor, según se dice, empezó a ser construido cuando los mexicas arriban al pequeño islote en el lago de Texcoco en el año de 1325, mismo lugar en le que habría de construirse la inigualable ciudad de Tenochtitlán. El pequeño templo que originalmente estaba dedicado a Huitzilopochtli, habría de ampliarse con el tiempo hasta convertirse en uno de los edificios más  hermosos de su época. Cada Tlatoani estaba encargado de “reconstruir” el templo, haciéndolo cada vez más imponente, de modo que su embellecimiento fuera eventualmente incomparable; en total, son siete etapas de reconstrucción, de las que sobresale principalmente la de Izcoatl y Moctezuma Ihuilcamina.
 
Para la época de la última etapa, el templo llegó a alcanzar los doscientos cincuenta metros cuadrados y sesenta metros de altura, siendo el edificio más alto de la ciudad para cuando llegan los españoles. Es posible encontrar otros espacios palaciegos que estaban dedicados también a otras figuras y dioses muy importantes como el palacio del dios Ehecatl, dios del viento y aquellos dedicados al guerrero águila y al guerrero jaguar, ambos nombres ejemplifican los grados militares más importantes entre los mexicas.
 
 Una vez consumada la caída de Tenochtitlán a manos de los españoles y sus aliados indígenas el 13 de Agosto de 1521, el Templo Mayor tendría la misma suerte que todos los templos tenochcas. La destrucción era inminente, los conquistadores representan con la construcción de la capital de la Nueva España sobre esta ciudad, la  mayor fuerza y superioridad que poseen los vencedores sobre los vencidos. El simbolismo está claro. La ciudad, como el templo, cae bajo el acero español y es sepultada por los ladrillos de la cristiandad que habría de hundirla en el olvido por completo hasta muchos años después. Es preciamente hoy, febrero del 2015, que se recuerdan los 100 años del primer hallazgo del Templo Mayor.
 
 
 
Fue hasta el año de 1978 cuando trabajadores de Luz y Fuerza del Centro, realizando trabajos para colocar cableado subterráneo, develaron otra parte de este centro cermonial. A partir de este momento, el INAH, bajo el nombre de “Proyecto Templo Mayor” y con el apoyo de  importantes arqueólogos como Eduardo Matos Moctezuma, se dedica aun hoy en día a realizar excavaciones e investigaciones en el lugar. Gracias a esto, se han logrado rescatar varias piezas arqueológicas de incalculable valor como la relieve circular de Coyolxauhqui, diosa de la luna, descubierta en 1987.
 
 
 
En este mismo año, se inaugura el Museo del Templo Mayor, ubicado dentro de la zona arqueológica; fue abierto con la intención de exhibir una colección que alberga más de 7 mil objetos encontrados en el templo y otros edificios cercanos.
 
México, es una país de contrastes, donde constantemente  convergen nuestro pasado y presente. El Templo Mayor constantemente nos hace un llamado, un recordatorio para todos los mexicanos que esta nación es poseedora de un innegable pasado prehispánico. La civilización mesoamericana es un elemento imprescindible que resulta ser, a través de una hibridación biológica y cultural, uno de los pilares fundamentales que nos conforman esencialmente como nación y como pueblo. Sabedores de poseer un origen e identidad propios, reivindiquémonos todos los días como mexicanos, como herederos de una hermoso país llamado México.
 
 

De la Realeza a la Insurgencia: Numismática Mexicana 

 

De la Realeza a la Insurgencia: Numismática Mexicana 

Por: Fernando César López 

 

No existe ningún mexicano que no conozca las monedas de su país. Las identificamos por los signos (números), los colores, el tamaño, el material y, por supuesto su valor. Prácticamente, las transacciones monetarias están presentes en cada ámbito de nuestra cotidianidad, y sin embargo, sabemos muy poco de ellas. El dinero, es un medio de pago que sirve para conseguir productos o servicios que sean de utilidad para nuestras vidas; francamente, al sacar una moneda(s) del bolsillo para comprar algo, no te detienes a observarla fijamente, simplemente observamos el valor que tiene para saber si debemos o no usarla.

 

¿Quién diría que llevamos en nuestras carteras, monederos y bolsas un pedazo importante de nuestra historia?. Un reflejo de quienes somos como país y la identidad que nos atañe y distingue de otras naciones en el mundo. Nuestras monedas, sin saberlo, nos revelan la historia que ha sido acuñada dentro de ellas por aquellos que nos precedieron en este país.

El ancestro con barbas de plata

 

Tras el fin del periodo de la Conquista, México (en aquél entonces Nueva España) conoció lo que significaba la palabra “dinero”. El mismo sistema monetario que usa la metrópoli es implantado en todas sus colonias; conocido como octaval, ya que la denominación de sus monedas se basa en el 8 (es decir, había monedas de 8,4 2, 1 y ½ real  principalmente). La unidad por excelencia de este sistema es el real, cuyo material es la plata. 

 

Dado que México desde un principio se caracterizo por ser una de las colonias más ricas de España en cuanto a la minería, se funda la Casa de Moneda de México en el año de 1536,  en cuyos talleres se acuñaron todas las monedas de plata y oro que tendrían una circulación y popularidad a nivel mundial.  

 

Así, todos los reales de plata producidas en la Nueva España, particularmente la célebre moneda de ocho reales, también conocida como peso (de cuyo nombre deriva el que tiene nuestra moneda actual) fue la que tuvo mayor fama, misma que la llevó a recorrer lugares tan lejanos como India, Holanda, África y China, siendo incluso la moneda oficial en estos países.

Real de ocho español usado en las colonias españolas

Real de a ocho español usado en las colonias españolas 

La libertad se vuelve moneda

Desafortunadamente, las personas de los sectores socio-económicos más bajos jamás vieron esta enorme riqueza debido a que salía hacia España y el mundo, dejándolos sin ningún tipo de beneficio. La explotación y opresión en la que vivían estas clases bajas produjo, en parte, el estallido del movimiento de independencia en el año de 1810.

 

Este conflicto trajo consigo diversas problemáticas: Al estallar la guerra, la minería se detiene de manera tajante; insurgentes y realistas abandonaron o derrumbaron varias minas con el fin de que no fueran utilizadas en su respectivo favor. A su vez, se produjo una enorme baja en la circulación de monedas por parte de la gente adinerada, que escondía o mandaba sus riquezas fuera del país. 

 

La falta de circulación de material y monedas logra que se establezcan de manera provisional, varios talleres de acuñación por parte de varios grupos insurgentes que buscaban, sobre todo abastecerse de recursos para poder financiar y continuar  el movimiento. Muchos de estos talleres fueron establecidos en zonas mineras como Zacatecas, Guanajuato, San Luis Potosí, Guadalajara, Durango, entre otras.

 

El ejercito de Morelos por ejemplo, acuñó sus propias monedas debido a la falta de éstas, necesarias para obtener alimentos, municiones y soldados (su paga era de 2 reales al día). Muchas de las monedas que acuñó fueron de cobre y poseían un valor fiduciario (su valor no depende del material con el que se fabrica), todas ellas fabricadas en talleres clandestinos y pequeños.

 

Más que una moneda, Morelos fabrica una ideología acuñada en moneda, que se transmite por todo el territorio. La llama insurgente se transmite por medio de la palabra SUD, que significa la insurrección del cura en el sur; el arco y la flecha que simboliza el robo justificado de ganado hacia los hacendados y ricos a manos de los pobres que viven en la miseria; el monograma MO (Morelos) que marcó en varias monedas oficiales en la cara del rey español Fernando VII para representar de manera simbólica la separación de la monarquía y la creación de un Estado independiente por la que propugnaba el líder insurgente. Se establece entonces una guerra psicológica para debilitar a los simpatizantes de la corona.

Monedas acuñadas por el movimiento insurgente de José María Morelos 

A su vez, la famosa Junta de Zitácuaro, el primer gobierno provisional creado en 1811 para suplantar al gobierno español, que es dominado en aquél momento por Francia, crea, por primera vez, una moneda con el águila coronada y parada sobre un nopal, que, se encuentra sobre un puente de piedra con la frase en latín “ Fernando VII por la gracia de Dios”.

 

Sin embargo, con la llegada posterior de Morelos a la junta se produce de manera simbólica el rompimiento definitivo con España, una verdadera moneda “nacional”, igual que la anterior, solo que, a diferencia de aquélla, el águila no posee corona y se lee solemnemente “CONGRESO AMERICANO”.

 

A partir de entonces, el águila se mostrará imponentemente, en cada moneda posterior, acompañándonos en la larga lucha que habremos de emprender como incipiente nación. Y aun después de tanto, sigue siendo el insigne escudo que nos identifica orgullosamente como México.

Moneda Acuñada por la Junta de Zitacuaro en 1811

Importancia hoy en día

 

Existen, naturalmente, otros periodos en la historia numismática de nuestro país, sin embargo, cabe resaltar que tanto el periodo colonial como el español fueron los más importantes. Ambos marcaron, vincularon y definieron una parte importante de nuestra historia, a la historia universal. Nadie imaginaría que el frágil peso mexicano de hoy sea el descendiente de aquel real que llego a dominar el mundo; dos terceras partes de la plata que había en el globo provenía de nuestro país; su nombre “el peso” posará a partir del fin de la guerra de independencia, junto a un águila devorando una serpiente.

 

Entender una simple moneda es entender una sociedad, marcada a su vez por una cultura propia. La presencia de todos estos elementos (lugares, personajes, símbolos y nombres) que conforman dicha cultura, contenidos en pequeñas piezas de metal, nos habla de una trascendencia, una persistencia que nos obliga a identificarnos como seres humanos que comparten un pasado en común. Una historia que nos  representa ante todo, como mexicanos.